
Tengo un debate interno que no soy capaz de solucionar... hace unos meses tuve la "desgracia" de presenciar una pelea entre miembros de mi equipo y el equipo rival (es curioso, junto con un jugador, soy el único que ha estado presente en las dos grandes peleas de la ACB de los últimos años, ¡¡¡ ya es mala suerte !!!). La escena fue muy desagradable y, tras el bochornoso espectáculo, llegaron las reacciones. Los jugadores involucrados fueron sancionados, algunos con multas económicas y otros con varios partidos sin poder jugar, no es de esto de lo que quiero hablar y que me genera el conflicto... fue la reacción de la gente la que me hizo pensar...leía que las sanciones debían ser ejemplares debido a lo que un jugador profesional representa en la formación en valores de nuestros jóvenes que los ven por televisión o acudiendo a los campos; y estoy de acuerdo en que nuestros actos influyen en la formación de quienes nos ven, con más repercusión si somos personajes "públicos". Leí que algunos pedían la expulsión a perpetuidad de los implicados, incluso la expulsión de ambos clubes de la competición... quizá eran peticiones exageradas o tal vez eran peticiones hechas con la más absoluta seriedad, el caso es que lo leí.
Entonces pensé que si lo que queríamos era formar en valores es evidente que la violencia no debería tener cabida en nuestro deporte (bueno ni en la sociedad), pero también pensé que el perdón y la compasión eran valores que deberíamos inculcar en nuestros jóvenes, y si las sanciones llegaban a ser "desproporcionadas", ¿dónde hubieran quedado estos dos valores?
Quizá pensé de esta forma porque conozco a los involucrados, sé como son en su día a día y eso me hace empatizar con ellos, pese a esto no se justifica la reacción que tuvieron. Esto me hizo pensar en aquellos que pedían poco menos que la cabeza de los involucrados.
Y, casualidades de la vida, a los pocos días de aquella pelea leí una noticia de una agresión por parte de un grupo de padres y aficionados a un árbitro y una oficial de mesa que habían arbitrado en un partido de jóvenes, según la noticia el grupo golpeó al árbitro una vez finalizado el partido, mientras las jugadoras jaleaban la acción de sus progenitores... en esta ocasión pensé para mí, ¡¡¡ Hay que echarlos de por vida de nuestros campos, no podemos permitirlo !!!... y entonces me acordé de quienes pedían la expulsión de la competición de por vida de aquellos que habían participado en la pelea y me ví en su misma situación; y quizá porque no conozco a los agresores no pensé en la compasión y el perdón, sólo sé que no quiero volver a verlo.
Sé que hay diferencias, o quizá no tantas, en la segunda hay varios agravantes: que es una agresión a la "autoridad", que un grupo agrede a un único individuo al que fue a socorrer la auxiliar de mesa, y para mi la más importante, que si eran los padres de las jugadoras quienes estaban agrediendo al árbitro ellos son los responsables directos de la formación en valores de sus hijos... ¿qué mensaje mandan? pero al mismo tiempo... ¿qué mensaje mandamos?
El caso es que no soy capaz de salir de mi dicotomía, no sé cómo solucionar mi debate interno, quizá ahora sea más cierto que nunca la frase de que hay razones del corazón (emoción) que la razón no entiende.
Quizá todo tenga que ver con que a veces buscamos justicia y otras simplemente venganza...y como a veces mezclamos la una con la otra... sigo confuso, sólo sé que odio la violencia.
Así que mientras me aclaro, quiero compartir con vosotros un cuento sobre la justicia y la venganza del que desconozco el autor:
Cuento sobre la compasión (justicia vs. venganza)
Caminaba un filósofo griego pensando en sus cosas, cuando vio a lo lejos dos mujeres altísimas, del tamaño de varios hombres puestos uno encima del otro. El filósofo, tan sabio como miedoso, corrió a esconderse tras unos matorrales con la intención de escuchar su conversación. Las enormes mujeres se sentaron allí cerca, pero antes de que empezaran a hablar, apareció el más joven de los hijos del rey. Sangraba por una oreja y gritaba suplicante hacia las mujeres:
- ¡Justicia! ¡Quiero justicia! ¡Ese villano me ha cortado la oreja!
Y señaló a otro joven, su hermano menor, que llegó empuñando una espada ensangrentada.
- Estaremos encantadas de proporcionarte justicia, joven príncipe- respondieron las dos mujeres-. Para eso somos las diosas de la justicia. Sólo tienes que elegir quién de nosotras dos prefieres que te ayude.
-¿Y qué diferencia hay? -preguntó el ofendido- ¿Qué haríais vosotras?
- Yo, -dijo una de las diosas, la que tenía un aspecto más débil y delicado- preguntaré a tu hermano cuál fue la causa de su acción, y escucharé sus explicaciones. Luego le obligaré a guardar con su vida tu otra oreja, a fabricarte el más bello de los cascos para cubrir tu cicatriz y a ser tus oídos cuando los necesites.
- Yo, por mi parte- dijo la otra diosa- no dejaré que salga indemne de su acción. Lo castigaré con cien latigazos y un año de encierro, y deberá compensar tu dolor con mil monedas de oro. Y a ti te daré la espada para que elijas si puede conservar la oreja, o si por el contrario deseas que ambas orejas se unan en el suelo. Y bien, ¿Cuál es tu decisión? ¿Quién quieres que aplique justicia por tu ofensa?
El príncipe miró a ambas diosas. Luego se llevó la mano a la herida, y al tocarse apareció en su cara un gesto de indudable dolor, que terminó con una mirada de rabia y cariño hacia su hermano. Y con voz firme respondió, dirigiéndose a la segunda de las diosas.
- Prefiero que seas tú quien me ayude. Lo quiero mucho, pero sería injusto que mi hermano no recibiera su castigo.
Y así, desde su escondite entre los matorrales, el filósofo pudo ver cómo el culpable cumplía toda su pena, y cómo el hermano mayor se contentaba con hacer una pequeña herida en la oreja de su hermano, sin llegar a dañarla seriamente.
Hacía un rato que los príncipes se habían marchado, uno sin oreja y el otro ajusticiado, y estaba el filósofo aún escondido cuando sucedió lo que menos esperaba. Ante sus ojos, la segunda de las diosas cambió sus vestidos para tomar su verdadera forma. No se trataba de ninguna diosa, sino del poderoso Ares, el dios de la guerra. Éste se despidió de su compañera con una sonrisa burlona:
- He vuelto a hacerlo, querida Temis. Tus amigos los hombres apenas saben diferenciar tu justicia de mi venganza.
Para terminar, recuerdo esta cita de la madre Teresa de Calculta "No me llaméis para ir a manifestaciones en contra de la GUERRA porque no iré. Llamadme cuando hagáis manifestaciones a favor de la PAZ."
Ojalá no tengamos que vivir ni una sóla agresión más en un campo de baloncesto.
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