En mi opinión está claro que, en la vida, nos movemos por objetivos, ya sean personales, profesionales, etc...
Sé que muchas veces la sensación de fracaso viene determinada por las expectativas previas, y que cuidar estas expectativas puede marcar la diferencia entre una sensación de bienestar o malestar al terminar una tarea (sobre el éxito y el fracaso escribiré en el futuro).
Pero es ese control de las expectativas lo que me tiene algo confuso.
Muchas veces he escuchado que los objetivos que nos marcamos han de ser realistas, precisamente para que las opciones de éxito sean grandes y así evitar la sensación de fracaso al no haber conseguido algo que, ya de inicio, parecía inalcanzable; sin embargo los grandes avances se consiguen cuando alguien logra realizar algo que hasta ese momento parecía imposible, de hecho todo es imposible hasta que se consigue por primera vez; y resulta que yo soy de los que les gusta soñar, y no sólo me gusta soñar, me gusta soñar en grande, me gusta mantener el espíritu de niño que todos llevamos dentro y dejarle que se exprese.
Lamentablemente la naturaleza humana hace que despreciemos cualquier sueño de uno de nuestros semejantes, no sé si es envidia o mediocridad pero frases del tipo, esa idea es una estupidez, no podrás, déjate de tonterías y haz algo serio... son el pan nuestro de cada día; lo bueno es que, para muchos, ese tipo de frases son la motivación que necesitan para emprender su sueño.
Decía Einstein que "Los que piensan que es imposible, no deberían molestar a los que lo estamos intentando"
Cita anónima "Al comenzar todos dirán que no podrás, al ver que no te pueden parar todos se callarán y al ver que lo lograste todos dirán que siempre confiaron en tí"
Recuerdo que el objetivo que se me marcó con la selección U16 en 2006 era no descender, recuerdo que un partido amistoso en Atri (Italia), tras caer de 20 ante Grecia, reuní al equipo y les pregunté cuál era el objetivo del Campeonato que íbamos a disputar en verano, tras varios titubeos alguien osó decir "Ganar el oro", enseguida se iluminó la cara del resto y al final de aquella reunión el objetivo estaba marcado... ganar el oro. En aquel momento no teníamos ni idea de si Ricky Rubio iba a participar en el europeo o no, pero habíamos consensuado un objetivo y lo habíamos hecho nuestro y ese objetivo fue el motor de cada entrenamiento de preparación del campeonato; recuerdo perfectamente los comentarios que tuve que escuchar cuando hice público el objetivo, queríamos soñar con el oro, ese era nuestro sueño y nadie nos podía impedir soñar. Ricky se unió al equipo en verano y ya todos conocéis la historia de aquel europeo, y si bien probablemente no hubiéramos conseguido el oro sin Ricky, probablemente tampoco lo hubieramos hecho sin el deseo de todos por ser campeones.
Aprendí que la gestión de las expectativas se puede hacer en la reacción que tienes una vez que alcanzas o no el objetivo, y que no necesariamente tiene que ser siempre al marcarnos objetivos (de lo contrario nunca hubiéramos evolucionado).
Es por eso que, muchas veces, cuando tengo que marcarme objetivos en una nueva tarea, me gusta recordar este cuento que aparece en el libro "Cuentos para pensar" de Jorge Bucay.
Los niños estaban sólos
Su madre se había marchado por la mañana temprano y los había dejado al cuidado de Marina, una joven de 18 años a la que a veces contrataba por unas horas para hacerse cargo de ellos a cambio de unos pocos pesos.
Desde que el padre había muerto, los tiempos eran demasiado duros como para arriesgar el trabajo faltando cada vez que la abuela se enfermaba o se ausentaba de la ciudad.
Cuando el novio de la jovencita llamó para invitarla a un paseo en su coche nuevo, Marina no dudó demasiado. Después de todo los niños estaban durmiendo como cada tarde, y no se despertarían hasta las cinco.
Apenas escuchó la bocina cogió su bolso y descolgó el teléfono. Tomó la precaución de cerrar la puerta del cuarto y se guardó la llave en el bolsillo. Ella no quería arriesgarse a que Pancho se despertara y bajara las escaleras para buscarla, porque después de todo tenía sólo seis años y en un descuido podía tropezar y lastimarse. Además, pensó, si eso sucediera, ¿Cómo le explicaría a su madre que el niño no la había encontrado?
Quizás fue un cortocircuito en el televisor encendido o en alguna de las luces de la sala, o tal vez una chispa del hogar de leña; el caso es que cuando las cortinas empezaron a arder el fuego rápidamente alcanzó la escalera de madera que conducía a los dormitorios.
La tos del bebé debido al humo que se filtraba por debajo de la puerta lo despertó. Sin pensar, Pancho salió de la cama y forcejeó con el picaporte para abrir la puerta pero no pudo.
De todos modos, si lo hubiera conseguido, él y su hermanito de meses hubieran sido devorados por las llamas en pocos minutos.
Pancho gritó llamando a Marina, pero nadie contestó su llamada de auxilio. Así que corrió al teléfono que había en el cuarto (él sabía como marcar el número de su mamá) pero no había línea.
Pancho se dio cuenta que debía sacar a su hermanito de allí. Intentó abrir la ventana que daba a la cornisa, pero era imposible para sus pequeñas manos destrabar el seguro y aunque lo hubiera conseguido aún debía soltar la malla de alambre que sus padres habían instalado como protección.
Cuando los bomberos terminaron de apagar el incendio, el tema de conversación de todos era el mismo: "¿Cómo pudo ese niño tan pequeño romper el vidrio y luego el enrejado con el perchero?"
"¿Cómo pudo cargar al bebé en la mochila?"
"¿Cómo pudo caminar por la cornisa con semejante peso y bajar por el árbol?"
"¿Cómo pudo salvar su vida y la de su hermano?"
El viejo jefe de bomberos, hombre sabio y respetado les dio la respuesta:
- Panchito estaba solo... No tenía a nadie que le dijera que no iba a poder.
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