Los dátiles del futuro



Siempre me ha encantado la sensación del trabajo finalizado, y si es con éxito mejor. Sin embargo, a lo largo de nuestro camino nos encontramos con trabajos que sabemos que quedarán incompletos, por lo menos incompletos en el momento en que dejan de estar bajo nuestro control.

Esto se da todos los días en la enseñanza, cuando enseñamos sabemos que nuestro trabajo, por muy bueno que sea, quedará incompleto, que nuestro alumno/jugador seguirá su camino y seguirá formándose con las enseñanzas o experiencias de otros o que añadirá a su mochila de conocimiento aquello que él mismo vaya experimentando; es en esos momentos cuando me doy cuenta que la sensación de satisfacción perdura cuando sabes que has dado lo mejor de tí para enseñar a tu alumno/jugador, sabiendo que, muchas veces, serán otros los que disfruten de ese trabajo, aunque lo verdaderamente importante para un profesor/entrenador no es quien disfrutará más adelante de los resultados de aquello que iniciaste sino que sea tu propio alumno/jugador el que se beneficie de ello.

Sé, por experiencia propia, que más allá de los triunfos conseguidos, no hay mayor satisfacción que un ex-alumno/jugador se encuentre contigo años más tarde y te dé las gracias por lo que supusiste en su vida, por lo que aprendió de tí... esa sensación es fantástica a la vez que única.

Y hay un cuento que refleja este sentimiento de trabajo de futuro y de agradecimiento a quienes iniciaron un trabajo que no pudieron ver terminado... El cuento es de Jorge Bucay, y se encuentra en su libro "Déjame que te cuente".

El plantador de dátiles:
En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, al lado de unas palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis para que sus camellos abrevaran y vio a Eliahu sudando mientras parecía escarbar en la arena.
- ¿Qué tal, anciano? La paz sea contigo.
- Y contigo - contestó Eliahu sin dejar su tarea.
- ¿Qué haces aquí, con este calor y esa pala en las manos?
- Estoy sembrando - contestó el viejo.
- ¿Qué siembras aquí, Eliahu?
- Dátiles - respondió Eliahu mientras señalaba el palmar a su alrededor.
- ¡Dátiles! - repitió el recién llegado. Y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez del mundo con comprensión -. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No, debo terminar la siembra. Luego, si quieres, beberemos...
- Dime, amigo ¿Cuántos años tienes?
- No sé... Sesenta, setenta, ochenta... No sé...Lo he olvidado. Pero eso, ¿Qué importa?
- Mira amigo. Las datileras tardan más de cincuenta años en crecer, y sólo cuando se convierten en palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no te estoy deseando el mal, y lo sabes. Ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente podrás llegar a cosechar algo de lo que hoy estás sembrando. Deja eso y ven conmigo.
- Mira, Hakim. Yo he comido los dátiles que sembró otro, otro que tampoco soñó con comer esos dátiles. Yo siembro hoy para que otros puedan comer mañana los dátiles que estoy plantando... Y aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
- Me has dado una gran lección, Eliahu. Déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me has dado - y, diciendo esto, Hakim puso en la mano del viejo una bolsa de cuero.
- Te agradezco tus monedas amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto, y sin embargo, fíjate, todavía no he acabado de sembrar y ya he cosechado una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
- Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy, y quizás es más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
- Y a veces pasa esto - siguió el anciano. Y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas - : sembré para no cosechar y, antes de terminar de sembrar coseché no sólo una, sino dos veces.
- Ya basta, viejo. No sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que toda mi fortuna no sea suficiente para pagarte...

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